Moral y trasplantes



La cuestión moral sobre los trasplantes de órganos ha ido avanzando paralelo a las posibilidades de la técnica. Que una persona recibía un trasplante de un órgano por parte de un difunto que no lo va a utilizar es claramente positivo, siempre que se respete la situación actual, y no medie dinero. La lesión al cadáver no era importante, ni por supuesto decisiva para nada relacionado con la resurrección, que pertenece a un plano distinto.


El problema de los órganos intercambiados entre vivos ha creado bastante más confusión, fundamentalmente por el riesgo que podía tener para la salud del donante, y por las consecuencias y razones que se han dado. Pongo dos ejemplos que servirán. En el primero estamos ante el caso de una persona donante de médula. Supone su donación una intervención quirúrgica, y si la operación sale bien, la convalecencia no es mayor de dos semanas. Hay un riesgo de fallecer en la operación, pero la generosidad del donante puede llevarle a realizarlo gratuitamente por el deseo de ayudar a otra persona. El segundo ejemplo sería el supuesto de una persona que vende uno de sus riñones a alguien que los necesita a cambio de dinero. Esto ha sucedido en algunos países del tercer mundo, con el consiguiente riesgo para la salud. La persona está actuando mediatizada por la cuestión crematística, y poniendo su salud en riesgo, incluso mortalmente. Ante este segundo supuesto la carga moral principal reside en la persona que sin escrúpulos compra órganos, aprovechando su dinero para maltratar y poner en serio riesgo la vida de otro. En el primer caso estamos ante personas que gratuitamente dan y reciben, en el segundo ante el negocio de la salud y de la vida, con la consiguiente valoración moral negativa.

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